Di que sí

Los que tenemos niños pequeños en casa sabemos que, muchas veces, parece que no nos escuchan, ¡o que no quieren escuchar!
Lo creas o no, uno de los motivos por los que esto ocurre, es porque tendemos a decirles «no» con demasiada frecuencia. Desde las normas de la casa («no se puede saltar en la cama») hasta la hora de jugar («no, no tengo tiempo de jugar, lo siento») o dando un paseo por la ciudad («no te voy a comprar nada»), abusamos del no… hasta que deja de tener sentido. Y claro, pierde eficacia, y cuando queremos marcar un límite importante, sobre todo cuando está en riesgo su seguridad… No nos toman tan en serio.
«¿Entonces pretendes que lo malcríe y le diga que sí a todo?» No, ¡para nada! Aunque en muchas ocasiones decimos «no» de forma automática, otras tantas lo hacemos porque es la forma más rápida de expresar lo que queremos transmitirles. Más rápida, sí, pero no más eficaz. Contestar de una manera más positiva, aunque la respuesta siga siendo una negación, permite que cuando utilicemos el «no» tajantemente no haya perdido significado. Por ejemplo, imagínate que entras con tu niño o tu niña a Nenene, y quiere que le compres un peluche… Pero no tienes intención de comprarlo. Tu primera reacción seguramente sea decirle «No, no te voy a comprar nada», e incluso reforzar tu decisión con un comentario como «porque lo último que te compré lo tienes tirado en casa» o «y menos después de lo mal que te portaste hoy en el supermercado». No pasa nada, ya sabes que aquí no juzgamos, y que somos humanos adultos que vemos la vida desde la perspectiva de un humano adulto. Pero si en vez de eso, reformulas la frase y le respondes algo como «podemos sacarle una foto y lo pedimos para tu cumpleaños», «creo que tienes un juguete muy parecido en casa, luego cuando lleguemos lo buscamos» o «hoy no vamos a comprar juguetes, pero pregúntale a la chica si puedes cogerlo para verlo mejor», tu niño o niña sentirá que le escuchas, que tu negación tiene un motivo o que a cambio de ese «no» le estás ofreciendo una alternativa, ya sea tocarlo para verlo mejor o pedirlo para su cumpleaños.

Otro ejemplo: Hoy tu peque se ha puesto a saltar en la cama o en el sofá. Todos reaccionaríamos un poco alarmados (como adultos, tenemos bien interiorizado que eso n ose puede hacer, mientras que para ellos la idea es novedosa y divertida) y seríamos bastante tajantes. Es natural. Sin embargo, en vez de decirle que eso no se hace, y ya está, podemos hacerles parar, sentarse y escucharnos decir algo como «Se salta en el parque y en el jardín, pero no dentro de casa. Podrías perder el equilibrio y hacerte daño», «Si quieres saltar, hazlo en la alfombra del salón, los muebles son para descansar» o «En esta casa no saltamos en las camas. Seguro que nunca nos has visto a los mayores hacerlo. Si tienes ganas de moverte, podemos bailar en el pasillo o salir a dar un paseo». Una experiencia más personal: Nuestro peque adora estar en la naturaleza, y eso a veces se traduce en que se echa a correr llevando palos en la mano. Como todavía no entiende el peligro que podría suponer tropezarse y clavarse un palo, en vez de decirle «no corras», optamos por «Cuando llevas los palitos en la mano tienes que ir caminando» o «si quieres correr, deja los palos en el suelo, en un lado».
Utilizar el sentido del humor también es una estrategia muy potente, pero solamente recomiendo utilizarlo para pequeñas cosas que no tienen importancia. Esta mañana mismo, me estaba tomando un café en una cafetería con nuestro niño, de casi tres años. Como cortesía, la cafetería pone dos galletitas junto al café, y a él le dieron otras dos. Sin que me diera cuenta me «robó» una de mis galletas, así que ya se había comido tres cuando observo que está estirando la manita para comerse mi última galleta… A lo que le respondí: «Pero bueno, ¿tú no te has comido ya tres galletas? ¿Me quitaste una sin que me diera cuenta?» Me hice la asombrada y empecé a exagerar la situación: «¿Cómo lo hiciste? ¿No serás un experto en robar galletitas sin que nadie se entere? Pues esta galleta es mía, yo la defiendo y la voy a saborear». En ese momento el humor de la situación, exagerada por mí, ganó al disgusto de no poder comerse la cuarta galletita. Aproveché para decirle que yo no quería quedarme sin ella, y no hubo ningún drama.

Y para otras cosas, ¿qué tiene de malo decir que sí? Tenemos que elegir qué batallas queremos ganar y cuáles no vale la pena pelear. Si quiere salir con una falda de bailarina a la calle, ¿porqué no? Si le apetece beberse el jugo de naranja directamente del vaso, sin cañita, aunque se manche… ¿acaso no se lava la ropa? Si le gusta un libro para colorear, tiene los suyos bastante gastados y podemos permitírnoslo, ¿qué daño le hace que le demos ese pequeño capricho?
Sobra decir que si tu peque está en riesgo o está poniendo en riesgo a otra persona o animal, el «no» debe ser tajante, aunque reaccione sobresaltándose o incluso llorando. En esos momentos la prioridad es detener el daño que está haciendo (o que puede llegar a hacerse) y ya habrá tiempo de explicarle lo que ha pasado y lo que podría pasar cuando todos nos hayamos calmado.
¿Alguna vez te habías planteado como utilizas el «no» delante de tus hijos?